La historia más o menos es esta. Grupo de jóvenes oficiales da un golpe de Estado un buen día de 1969 para derrocar al régimen monárquico. Joven capitán de ascendencia beduina y de nombre Gadafi es ascendido a coronel. Joven capitán de nombre Gadafi se va convirtiendo en excéntrico dictadorzuelo con escaso gusto estético, sometiendo al país durante 42 años bajo su puño de hierro (y su escaso gusto estético).

Tras este resumen en forma de telegrama, cabría señalar que, por inconcebible que nos parezca ahora, los primeros pasos de Gadafi fueron en cierto modo positivos para Libia. El golpe de Estado, la llamada “Revolución del 1 de Septiembre”, con claro aroma a ese panarabismo de tintes socialistas promovido por el carismático Nasser en Egipto, instauró la República Árabe Libia bajo el lema “libertad, socialismo y unidad” (me estoy imaginando a Gadafi alzando el puño con su look de guerrillero latinoamericano, boina de lado y gafas de sol modelo aviador).

Este nuevo gobierno, compuesto por civiles, militares y la emergente figura de Gadafi, decidió nacionalizar el petróleo y algunos bancos (ligera patada en los huevillos para las economías occidentales), retirar las bases extranjeras (ídem), instaurar la sanidad y educación públicas (herencia comunista), o promoverla igualdad de la mujer en un sociedad islámica (todo un reto). Medidas que en su conjunto auparon al país a los primeros puestos en cuanto a desarrollo del continente. Así, Gadafi se ganó la fama de militar rebelde, socialista y antiimperialista, llegándosele a denominar el “Ché Guevara africano”.

De héroe a villano

Sin embargo, con el paso de los años Gadafi se acabó convirtiendo en un déspota que limitó las libertades del pueblo y fue dando bandazos en su línea política, jugando un poco al gato y al ratón con los líderes occidentales. A su vez, las ganas de autobombo y endiosamiento aumentaron en la misma medida en la que su estética se volvió más hortera: esculturas de manos gigantes aplastando aviones norteamericanos (un poco en la onda de Sadam Hussein en Bagdad, auténtico mausoleo de autoexaltación), botox y un fondo de armario que ni la Duquesa de Alba.

Así, acuciada por la espiral rebelde y reivindicativa que ha supuesto la llamada “primavera árabe”, parte de la sociedad libia comenzó a salir a la calle a principios de este año manifestándose en contra del régimen de Gadafi, acto que fue duramente reprimido por el gobierno. La violencia de la respuesta llamó la atención de Occidente que por medio de la OTAN decidió intervenir en marzo a favor de los opositores, dándoles apoyo aéreo y armamentístico. No será hasta octubre, con la toma de Sirte, cuando se determine el fin de esta guerra civil que ha conseguido desbancar a uno de los dictadores más longevos de la Historia.

El famoso puño de oro, símbolo del régimen de Gadafi, junto a la nueva bandera libia. Carl de Souza/AFP.
El famoso puño de oro, símbolo del régimen de Gadafi, junto a la nueva bandera libia. Carl de Souza/AFP.

¿Y ahora qué?

Una vez enterrado el cuerpo sin vida del estrafalario ex dictador en algún lugar del desierto, después de haber sido expuesto al fresco en una cámara frigorífica de hortalizas durante varios días, violando así el rito musulmán, se plantea la pregunta del millón: ¿Y ahora qué? Si a un país enrabietado y desolado por una guerra civil, le añadimos una población fraccionada en una multitud de tribus, y para colmo, armada hasta los dientes y con ganas de marcha, el cóctel que nos queda es explosivo.

Tras ver las imágenes del momento de la captura de Gadafi, milicianos barbudos zarandeando a un Gadafi ensangrentado y disparando al aire, a muchos occidentales les habrá dado la sensación, buff, de estar viendo a unos seres salvajes e incivilizados. Sin embargo, si hacemos memoria, (y aquí viene un poco de lección de Historia, niños) nos encontraremos con que la ambición y gañanez occidental han sido la causa de muchos de los violentos conflictos armados que se han registrado en África o Asia.

Aquellos señores decimonónicos de poblados bigotes y uniformes con chorreras, caballeros colonialistas ellos, tuvieron la brillante idea de trazar con escuadra y cartabón una serie de líneas que llamaron estados y en las que vertieron siglos y siglos de odios tribales y religiosos, sin importarles así mezclar tutsis y hutus, suníes y chiíes, árabes y judíos; se frotaron sus enguantadas manos y aquí paz y después gloria, sin percatarse (o quizás sí, quien sabe) de que acababan de sembrar la semilla del odio de futuras guerras civiles y limpiezas étnicas.

Y cerrando este breve paréntesis cultural, volvemos la mirada a la peliaguda situación actual de Libia. Por de pronto, la OTAN ha anunciado que sus fuerzas abandonarán el país a finales de este mes, dejando a las nuevas autoridades libias del Consejo Nacional de Transición (CNT) al cargo de la situación. Lo que en términos de política internacional se denomina, palabras textuales del secretario general de la OTAN, “cierre nítido”, en términos reales sería más un “pasar el marrón y limpiarse las manos”. Sin embargo, y a pesar de que las brutales imágenes de la captura de Gadafi puedan haber empañado ligeramente la honradez de la intervención aliada, la impresión general de parte de la comunidad internacional es de irse con los deberes hechos. Esperemos que estén en lo cierto y que el fragmentado escenario posbélico libio no se convierta en un próximo Irak o Afganistán.