En ocasiones el cine se asoma a lo cotidiano de las personas y, rascando un poco sobre la superficie de lo mundano, nos ofrece verdaderos retratos humanos, algo que algunos se afanan en tildar de “cine intimista”.

Bien. Si a esa cotidianidad, a ese realismo, se le añade en su justa medida una pizca de fantasía e irrealidad el resultado puede ser algo tan satisfactorio como Un cuento chino, una comedia más que interesante en la que destaca la interpretación de Ricardo Darín.

Y para qué negarlo, el magnetismo de Darín es evidente en cada fotograma, en cada actuación suya, llevando más allá de la pantalla al personaje. Su mirada hinchada y magnética, a lo Benicio Del Toro, entre maliciosa y suplicante te atrapa.

El pibe no sobreactúa y convence. En este caso, interpreta a Roberto, una especie de ermitaño gruñón y extremadamente maniático. Un soltero amante del orden con una peculiar lista de obsesiones: sólo come la corteza del pan, colecciona recortes de noticias absurdas, almacena figuritas de cristal, ve pasar aviones o se acuesta enfermiza y puntualmente a las once de la noche, ni un segundo más ni menos.

Sin embargo, su rutinaria vida a cargo de una ferretería se verá alterada con la aparición de Jun, un inmigrante chino que llega a Buenos Aires en busca de su tío. Y he aquí la madre del cordero.

La particular relación entre estos dos personajes, en la que destaca el curioso hermetismo de ambos: uno en cuanto a su cultura de origen y otro en cuanto a su personalidad. A medida que avanza el metraje seremos testigos del especial vínculo que se va tejiendo entre ambos y nos sentiremos involucrados gracias a la gran empatía que desprenden.

La relación de Roberto con Mari, un amor no correspondido.
La relación de Roberto con Mari, un amor no correspondido.

Un cine sin excesos, pero honesto: a uno no se le desencaja la mandíbula de reírse, pero sí que se le dibuja una sonrisa de satisfacción en la boca; del mismo modo que no verá lagrimones a lo culebrón venelozano, sino pequeñas perlas deslizándose por la mejilla. Todo en su justa medida, la mar de apañado.

Una parábola sobre lo absurdo de la vida, sobre la incomunicación entre las personas y las absurdas consecuencias de esta. Por ejemplo: los diálogos en la cocina de Roberto, en las que el porteño no deja de ciscarse en todo y en todos y el chino, cual Guerrero de Terracota, resiste impávido sus boludeces. O la relación de Roberto con su cuñada Mari, puro amor no correspondido (por él) y deseo no trasladado (ídem).

En definitiva, Un cuento chino es de esas películas que son aptas para consumirse sin prisa, degustando concienzudamente el agradable sabor de boca que te deja después, como un buen café o, en este caso, un dulce de leche.