Navidad de 1914, en plena Primera Guerra Mundial. Aunque parezca surreal tanto alemanes como británicos, que llevan meses zurrándose la badana a base de bien, deciden hacer un paréntesis en su rutinaria vida de conflicto mundial y compartir unas horas de paz. Ni el mismísimo Corte Inglés hubiera encontrado semejante escaparate para promocionar su particular espíritu navideño.

Sin embargo, la escena tuvo que tener su miga… ¿De qué carajo hablarían unos hombres que lo único que habían hecho hasta el momento era matarse?: “¿Qué tal está tu froilan allá en Leipzig Dietmar?”, “¿Y la tuya James?”, “Um, el té me resulta una pizca agrio aquí en las trincheras”, “Para mi gusto el chucrut está muy picante”…

Según cuentan fueron los alemanes los que dieron el primer paso, decorando sus trincheras con árboles de navidad y cantando villancicos. Iniciativa que fue respondida con más villancicos por parte de los británicos. Y en esas que de pronto se les ocurrió salir de sus embarradas trincheras y juntarse en la tierra de nadie, intercambiando saludos y regalos, mientras ambos bandos enterraban a sus respectivos muertos.

Esta espontánea tregua duró hasta el día siguiente, en el que incluso ambos bandos se animaron a improvisar un partido de fútbol que al parecer ganaron los boches 3-2. Sea como fuere, lo cierto es que durante esas horas en vez de derramarse sangre, lo que se derramaron fueron litros de whisky y schnaps.

Un momento de confraternización y esperanza quizás sobredimensionado en la película francesa Feliz Navidad (2005), en la que incluso se cuenta cómo un párroco británico celebra una multitudinaria misa en honor a los muertos.

El párroco británico celebra una misa en la tierra de nadie. Fotograma del film Feliz Navidad.
El párroco británico celebra una misa en la tierra de nadie. Fotograma del film Feliz Navidad.

Supongo que este curioso capítulo le haría plantearse a más de uno, por lo bajini, claro está, qué demonios hago yo aquí, en este tinglado internacional, en esta sangría a nivel industrial, en este gran absurdo que es la guerra. Un sinsentido maniaco cuya principal táctica era mandar a las tropas desde las trincheras a una tierra de nadie en la que los soldados la diñaban bajo fuego enemigo sin apenas alterarse la línea del frente.

“Guerra de trincheras”, la bautizaron algunos lumbreras… Esa insolente y mortal gañanada llamada la Gran Guerra fue retratada magistralmente por Louis-Ferdinand Céline, llevándola hasta la caricatura en su obra maestra Viaje al fin de la noche cuando el prota, un tal Bardamu, su alter ego, reflexiona:

Él, nuestro coronel, tal vez supiera por qué disparaban […] Quizá los alemanes lo supiesen también pero yo, la verdad, no. Por más que refrescaba la memoria, no recordaba haberles hecho nada a los alemanes.”

Pero, los altos mandos de ambos bandos vieron en esta iniciativa pacífica un acto de sublevación y traición a la patria, por lo que las tropas implicadas fueron rotadas y enviadas a otros frentes.

De este modo la guerra continuó, dejando la friolera de 8 millones de muertos y 6 millones de inválidos a su fin. La Tregua de Navidad supone el relato esperanzador e insólito de cómo unos hombres, enemigos, decidieron compartir unos momentos de paz en un escenario de muerte y desolación.