La chanson française tiene en Jacques Brel a uno de sus máximos exponentes. Aunque lo cierto es que no era francés; y en sus canciones la vida no era rosa. Por sus estrofas desfilaban a sus anchas alcohólicos, vagabundos, drogadictos y prostitutas… desechos de la sociedad. Si se acercaba al amor lo hacía con una mirada amarga e irónica… siempre a pecho descubierto pero con el resentimiento empuñado en una mano.

Sus rasgos excesivos, casi desencajados, intensos como sus actuaciones, se ensamblaban con sus gorjeos, sus risas y sus gestos elevando la poesía de la lengua vecina a cotas insospechadas. Las dotes de actor de este auténtico atleta del escenario eran más que evidentes; hipnotizaba al personal: le hacía reír, llorar, estremecerse… emoción en estado puro.

Un rapsoda que deslumbró al mundo en una época en la que se llevaban los flequillos, las canciones de amor edulcoradas y los gritos de quinceañeras embutidas en sus minifaldas. Una leyenda que hizo que la palabra «música» fuera digna de sí misma. Gracias por todo monsieur Brel.