A veces, cuando repasas los tomos de tu librería, buscas una obra distinta, revolucionaria. Buscas innovaciones literarias, estructuras narrativas complejas, argumentos fraccionados. Te has despertado con ganas de la plenitud del Cortazar de Rayuela; del lenguaje con aroma jazzístico del Kerouac de Los subterráneos; o del torbellino literario del Burroughs de Almuerzo desnudo, por ejemplo.

Sin embargo, otras veces buscas una historia bien contada. Así de simple. O eso parece. Porque hilar un argumento sólido y atractivo, con los giros de guión precisos, con la necesaria inmersión en el personaje, no es tan fácil como parece. Ni lo es conseguir que el lector se encuentre ejercitando el bícep con un ladrillo de más de 600 páginas y que se lo devore en un pispas como si de la cartelera de cine se tratase.

Aunque luego vas y te encuentras con que un tipo llamado Jean-Michel Guenassia, tras invertir seis años de su vida, se saca de la manga una opera prima que resulta ser un exitazo literario en Francia y que, además, mira por dónde, es un gran libro.

El club de los optimistas incorregibles nos presenta a un rapaz llamado Michel Marini, fotógrafo vocacional, maestro del futbolín, melómano y obcecado lector que se adentra en la sala de atrás del parisino café Balto, lugar frecuentado por Sartre, y conoce a un círculo de expatriados del otro lado del Telón. Hombres que, como personajes de una tragedia griega, asumen sus destinos, sus errores, sus amores perdidos con aparente estoicismo y litros de vodka.

Estamos a principios de los sesenta, los tiempos del rock and roll, la guerra de Argelia y el auge del idealismo político. El club de los optimistas incorregibles se trata de una novela de iniciación en la que el lector, al igual que Michel, vive experiencias nuevas.

En resumidas cuentas, y extrapolando el asunto al mundo del cine. Hoy me he levantado con ganas de ver una de Spielberg. No tengo el día para mucha pretensión cultureta innovadora larsvontrieresca, quiero una Lista de Schindler que me acongoje, un Salvar al soldado Ryan que no me deje ni ir al baño o un Atrápame si puedes que me divierta. Cine clásico y poco innovador si me apuras, pero una gran historia de la que disfrutar. Al fin y al cabo, el cine y la literatura son primos hermanos. ¿O es que es casualidad que Guenassia fuese guionista?