Hace unas semanas os hablé de Frédéric Beigbeder, el enfant terrible de la literatura francesa. Un tipo insolente, cínico, romántico (a su manera) y en ocasiones arrogante. Un campeón de la mordacidad que ensambla aforismos que bucean en tu subconsciente sin que puedas dejar escapar una sonrisa mientras envidias la locuacidad del gabacho.

El hecho es que volviendo a ojear 13,99 euros, me he topado con un decálogo bastante curioso: «Los diez mandamientos del creativo». En él Beigbeder, cual Moisés de la publicidad, enumera los diez puntos claves para ser un publicista fetén. A partir de ahí, he elaborado mi particular refrito. Allá vamos:

1- La primera idea es la mejor. Sin embargo, este es el universo del postureo, por lo que el publicista debe aparentar que su eslogan ha sido fruto de un proceso largo y meditado. Démosle tres semanas de plazo.

2- Llegar tarde a las reuniones. Mi punto preferido: «un creativo puntual carece de credibilidad». Y cuando los autómatas trajeados y casposos con calcetines azul marino hasta la pantorrilla llevan esperándote casi una hora en la sala de reuniones, has de hacer gala de su arrogancia y mirándoles altivamente decirles: «Sólo puedo dedicarles tres minutos».

3- Ser el último en hablar. Todo un clásico: cuando no se tiene nada preparado, lo mejor es ponerte a la cola, retomar las palabras de tus compañeros y hacerlas tuyas.

4- Trabajar peor, ganar más. Me explico: el cliente inconsciente de sus limitaciones es el peor cliente, pero a la postre el que menos trabajo requiere. Tú le vendes una idea elaborada, pero terco como una mula la rechazará para proponerte un auténtico truño, su propia idea. Por mucho que sea la mayor mierda que te puedas echar a la cara y tu conciencia profesional se retuerza de dolor, respira hondo, haz de tripas corazón, acepta su idea y endósasela por el doble de precio. Además, el gañán estará satisfecho por contribuir a la causa.

5- Cuanto más te pagan, más te escuchan y menos hablas. Cuanto más importante se es más cerrada has de tener la boca, así te consideraran más genial. Algo decisivo para estar a la cabeza de la cadena trófica de la empresa (véase punto 6) y no pegar ni sello.

6- Todo el mundo hace el trabajo de su inmediato superior. El becario hace el trabajo del creativo, que hace el trabajo del director creativo, que a su vez hace el trabajo del presidente. Ergo: cuanto más importante eres, menos trabajas.

7- Endósale tu trabajo al becario. Así, si gusta, te cuelgas la medalla; si falla, lo despedirán a él. Prodigiosa figura la de este machaca veinteañero (aunque hoy en día bien puede llegar a ser treintañero y con familia), recién salido de la facultad, inocente y dispuesto. Sin duda un paria, la casta más baja y a la vez la opción más económica para una empresa.

8- Nunca pidas la opinión a nadie. Si lo haces corres el riesgo de tener que oírla. Su proceso invertido se refleja en el siguiente punto.

9- No alabar la idea de un compañero. Aunque te guste, aunque sea lo más prodigioso que hayas visto jamás y la lagrimilla esté a punto de saltársete de puro placer, dile que es una auténtica mierda. En el supuesto caso de que, efectivamente, sea una auténtica y total cagada, finge que la envidia te corroe y obséquiale con un «es genial, cabrón».

10 – Todo por el arte. El creativo es narcisista por naturaleza; le gusta ser reconocido, que le digan que es genial. Ganar un premio en un certamen internacional publicitario es sinónimo de alcanzar el clímax creativo, por lo tanto eleva tus aspiraciones, apunta alto, si puedes.

Ahí queda eso