La captura de Ratko Mladic cierra otro de los episodios más oscuros y sangrientos de la historia de Europa. En su curriculum bélico figuran, entre otras ‘hazañas’, el asedio de Sarajevo (10.000 muertos) y la matanza de Srebrenica (8.000 muertos). Se le ha etiquetado de genocida, se le ha bautizado como carnicero, pero ¿por qué llegó a suceder todo esto?

Retrato de un asesino

Mladic nace en el seno de una familia partisana cuyo padre fue asesinado a manos de los ustachi (fascistas croatas que apoyaron a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial). Años más tarde, durante la guerra de Bosnia, su hija se suicida. Cualquier investigador podría considerar estos dos hechos trágicos como una justificación al comportamiento criminal del sujeto. Pero me da que no es suficiente.

Mladic era (y es) considerado como un tipo ascético, arrogante y brutal. Un verdadero tipo duro al que durante el conflicto armado se le encomendó el mando del ejército de la República Serbia. Se lo tomó tan en serio que se pasó de tipo duro, tanto que al parecer el propio Karadzic, a la sazón mandamás de Serbia, quiso destituirle del cargo, iniciativa que se topó con la negativa de los prebostes militares, tipos duros ellos también, que parecían satisfechos con la profesionalidad de la criatura.

Estos días, circula una anécdota en los medios de comunicación que cuenta cómo Mladic humilló a Tom Karremans, general de las fuerzas holandesas de la ONU a cargo de la zona de Srebrenica, amenazádole a ladridos a dos palmos de la cara, entre trago de Rakia y calada de cigarro, y obligándole a irse con el rabo entre las piernas. Un episodio que en cierto modo deja a las fuerzas de la ONU a la altura del betún. Sin embargo, me gustaría saber si todos hubiesen sido tan valientes como para darle una colleja en ese cuello de toro a Mladic, tirarle el chupito de rakia a la cara y desafiar al ejército serbio sin el apoyo aéreo que se solicitó y finalmente no se concedió.

El quid de la cuestión

Lo cierto es que hay gente a la que le sorprende que un convencido comunista y yugoslavista como Mladic, se transformara en cuestión de unos años en un radical ultranacionalista serbio. ¿En dónde está el truco para que a uno le dé tal siroco? El escritor serbio Igor Marojevic nos lo aclara fetén explicando que, al fin y al cabo, en el contexto de la ex Yugoslavia, tanto el comunismo como el nacionalismo son sistemas monocódigos: un partido político o una nación, los demás son chusma.

Además, hay que tener en cuenta que, a diferencia de otros países del otro lado del Telón de Acero,  más mononacionales, Yugoslavia englobaba varias nacionalidades(serbios, croatas, bosnios…), un auténtico polvorín de egoísmos y mala leche que, una vez derrumbado el régimen de Tito (esa utopía mantenida en muchas ocasiones gracias a la fuerza), dio lugar a un auténtico desmadre colectivo.

Lo paradójico de la guerra de Bosnia es que, en contra de lo que muchos analistas occidentales piensan acerca de ese misterioso gen violento de los pueblos balcánicos (un argumento que personalmente no me convence mucho), el conflicto fue instigado por dirigentes que pertenecía a las élites culturales. Veamos: Slobodan Milosevic(abogado),  Radovan Karadzic (psiquiatra), Franjo Tudjman (escritor), Alija Izetbegovic(abogado). Como se ve,  los causantes no eran analfabetos campesinos, ni siquiera coléricos militares. Y ese hecho me da cierto escalofrío.

Pero mirando al futuro, con la detención de Mladic se tacha de la lista a uno de los mayores responsables, que no el único, de la espiral de violencia y odio que tuvo lugar en los Balcanes a principios de los noventa. ¿Podría ser este un paso más hacia la normalización de la situación de las antiguas repúblicas yugoslavas?

P.D.: si os interesa el conflicto Yugoslavo os recomiendo la lectura de Si un árbol cae deIsabel Nuñez (ed. Alba, 2009) y que le echéis un vistazo al imprescindible documental dirigido por Bernard-Henry Levy Un día en la muerte de Sarajevo.