Llevo ya dos semanas repitiéndome en la mollera el discurso que el «Replicante» Nexus 6 Roy Batty (Rutger Hauer) le larga al policía Deckard (Harrison Ford) en la azotea, al final de esa obra maestra de la ciencia ficción llamada Blade Runner. Como las gotas de la lluvia que repiquetean y empapan la escena, las palabras del robot con forma de humano han estado acompañándome insistentemente durante este tiempo.

Y es que, no sé, quizás me esté volviendo un carca o un nostálgico, pero últimamente me estoy percatando de una realidad muy jodida: la tecnología está comiéndole la tostada al guión, algo que, sobre todo, se da precisamente en el género de la ciencia ficción. Lo que se lleva ahora son esos enormes multicines en modernos centros comerciales, con sus buenos butacones en los que poder degustar una buena ración de efectos especiales mientras engullimos comida basura. No sé… quizás el asunto haya perdido su romanticismo, su originalidad.

Y lo digo en un tono de cierta nostalgia, la misma que impregna esas palabras que el Replicante, con una especie de gayumbos ceñidos, dirige a un balbuceante Harrison al que parece encogérsele el orto. La nostalgia de una máquina que siente cómo el calor de su corazón se apaga como una débil llama; la nostalgia de ver cómo unos recuerdos se perderán«como gotas en la lluvia»

Sinceramente, cada vez que veo esta escena me dan ganas de darle un abrazo a Ridley Scott por haber parido una obra como esta. Además, me vuelve a invadir una cierta empatía hacia ese androide que durante toda la peli ha hecho de «malo», y al que finalmente acabo por comprender y por el que siento cierta lástima, y una fugaz lágrima se asoma… En fin, que no me extraña que al bueno de Harrison Ford se le encoja el ojete, no es para menos, oigan.